domingo, 12 de agosto de 2007

45.5

Nunca me he sentido tan bien desde que cargo un arma, lista, a mi alcance, siempre. Siento que la fuerza ha regresado a mi vida, y la vida de los demás depende absolutamente de mi, de mis dedos, de mi paciencia de relámpago, de mis dedos relámpago.
Estas tardes, estas noches, todo me pertenece en los paseos tranquilos.
Ayer, un taxista insolente me gritó a su antojo en respuesta a mi pregunta de precios por distancia, para cuando llegó al final de sus palabras, yo lo miraba con mi frío cíclope metálico; su vida, cosa de nada, no tiene para mi la más mínima importancia, tan es así que no lo mato pero estrello mi cacha de plata en su cráneo de niño nonato. No puede evitar las lágrimas, y cegado por su sangre me pierde de vista, pero yo ya le doy la espalda. Me guardo la risa para más tarde-hoy por ejemplo.

1 comentario:

Aleita! dijo...

Tener un arma, eso sí que es lo de hoy. Cargarla con el cariño que se carga un hijo, defenderla con el coraje que se defiende al amante...